Continuando con las analogías del tarot, la carta del Rey significa el primer principio o fuego; la reina– el segundo principio o agua; el Caballero — el tercer principio o aire, y el Paje (valet) — el cuarto principio o tierra. Luego nuevamente, los ases significan fuego, los dos agua; los tres aire; los cuatro tierra.
Luego nuevamente los cuatro es el primer principio, los cinco el segundo, etc. Al observar las pintas, uno puede decir que las pintas negras (cetros y espadas) expresan actividad y energía, voluntad, iniciativa y el lado subjetivo de la consciencia, y las rojas (copas y pentáculos) expresan pasividad, inercia y el lado objetivo de la consciencia. Luego las primeras dos pintas (cetros y copas) representan “el bien” y las otras dos (espadas y pentáculos) representan “El mal”.
Así cada carta de los cincuenta y seis indica (independientemente de su número) la presencia de los principios de actividad o pasividad, del “bien” o del “mal”, surgiendo tanto en la voluntad del hombre como fuera de ella. Y el significado de cada carta es posteriormente descifrado a través de sus variadas combinaciones con las pintas y números en su significado simbólico. Las cincuenta y seis cartas como un total representan un completo cuadro de todas las posibilidades de la consciencia del hombre. Y esto hace el Tarot adaptable para la adivinación.
Así, incluyendo a la Kabala, la Astrología, la Alquimia y la Magia, el Tarot hace posible “buscar oro”, “evocar espíritus” y “trazar horóscopos”. Simplemente por medio del mazo de cartas sin la complicada parafernalia y ceremonias de un alquimista, astrólogo o mago.
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